Faltan dos días para que se acabe Mayo, y con él el plazo para pagar la cuota anual del mentado crédito universitario “solidario”. Si, lo sé. Tuve un año para haberlo pagado, sin embargo a 48 hrs. Del plazo perentorio aun no lo he hecho. No importa. Me levanto temprano. Necesito conseguirme un certificado de antigüedad laboral, las 3 últimas liquidaciones, las 12 últimas cotizaciones, y partir a algún banco a conseguirme un tonto crédito para pagar el otro crédito (a eso se refieren cuando dicen que la vida es circular, ¿cierto?).
Llego a un banco, luego a otro y otro más. Cuesta conseguirse un crédito con el sueldazo que gano. Bueno, por último alguien me da cierta esperanza. Llego a la pega. Me llaman de otro banco, para ofrecerme un crédito de hasta un millón y tanto, con muuucho interés a milquinientas cuotas, pactables a tres vidas, más o menos. Dudo si aceptar o no. Me siento como probablemente muchos chilenos cuando realmente necesitan la guita. Espero la respuesta del otro banco, ese que visité en la mañana. A todo esto, debo ir a dejar los documentos necesarios del crédito universitario correspondientes a los ingresos del 2006. Voy a la facultad de Arquitectura, en Marcoleta con Portugal. Hago la cola para el notario. Me falta la fotocopia del carné. Saco la fotocopia. Vuelvo a hacer la cola. Luego, otra cola, más larga aún, para dejar los papeles. Me prometo pagar la deuda a tiempo esta vez (el año pasado, recuerdo, prometí lo mismo).
Quedan 24 hrs. No tengo respuesta de la bella ejecutiva de ventas de voz suave y de nombre Soledad, que me atendió el día anterior. La ejecutiva del otro banco me llama nuevamente. Esta vez ofrece una oferta “Sólo por el mes de Mayo, con descuentos” de $450.000, en doce cuotas de no sé cuanta plata, donde al final se paga como dos veces el mentado crédito. “Un regalo”, dice, “con una tasa preferencial”. Claro, una tasa preferencial para sacarme aún más plata. No gracias.
31 de mayo, nueve y media de la mañana. Decido llamar a la bella ejecutiva para preguntarle por mi crédito. Con su dulce voz me comunica que “su crédito está aprobado”. De un salto salgo de la cama, me ducho, me perfumo, y salgo raudo al encuentro con mi ejecutiva y mi crédito. Llego al banco, hago la correspondiente cola (si no, no es trámite), firmo mil papeles, huella digital incluida y recibo mi dinero. No hay tiempo para ir al banco a pagar el crédito universitario. Mi madre, entonces, toma el dinero, cual testimonio en carrera de posta, y corre rumbo al Banco del Desarrollo más cercano. Finalmente la cuota 2006 del crédito universitario está pagada, y yo con un crédito de consumo por pagar, con su correspondiente cuponera de pago (la primera en mi vida). Ahora si me siento un ciudadano chileno, que cumple con sus obligaciones, y que se endeuda para poder hacerlo. Y, colorín colorado, este cuento en doce cuotas ha recién comenzado.
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