domingo, 18 de enero de 2009

de repente...

Esta vida es una injusticia… Una injusticia para quien nunca han tenido algo, para quien ve que el progreso pasa por la puerta de al lado, que todos ganan mientras el pierde. Sus vecinos se mudan, sus amigos se alejan, su familia lo mira con pena, casi con desprecio. No es de ninguna parte. Es un paria, un extranjero en esta tierra destinada a acoger a exitosos ciudadanos que siempre siguieron todas las reglas y que cumplieron el rol que la sociedad les dio antes de nacer. Ese rol que él no es capaz de asumir. Ese rol de pobre, de fracasado, de desplazado, de engañado, de timado y amargado. De perdedor que, más encima debe aplaudir al que pasa por su lado y rendirle pleitesía. Y no sólo eso. Además debe trabajar para él, debe asumir los errores del otro, debe pagar los platos rotos, debe hacer frente a la crisis que esos otros crearon.
Y así es, y siempre ha sido de esa forma. Su padre también fue el pobre de su generación, y su abuelo, que llegó a Santiago buscando un progreso que nunca alcanzó. Y su bisabuelo, aquél inquilino que trabajó toda su vida para el patrón en algún fundo del sur. No hay diferencia, no hay mejora, no hay progreso.
No hay diferencia entre los inquilinos de antaño, los obreros de comienzos de siglo, los trabajadores de los setenta, y los esforzados miembros de esta “Clase media baja”, que no es otra cosa que clase baja, de bajos ingresos, de baja educación, de baja autoestima, de baja proyección en lo académico y profesional, de baja visión de mundo, de bajo desarrollo intelectual, de pobre vocabulario, de míseras posibilidades de conocer otras realidades, de pobres éxitos, de famélico presupuesto, en fin, de clase baja.
No existe remedio para él. No existe ni derecha ni izquierda que cambie su posición. El que es pobre será pobre por siempre. Sistema de castas, más eficiente que en la antigua Grecia. No existe sistema que sea realmente humanista, y considere a los humanos como una sola especie, sin discriminaciones ni excepciones.
Con todo, la solución no parece estar en la pasiva aceptación de esta realidad, sino en la Quijotesca tarea de hacer creer (y convencerse a sí mismo) que otro mundo es posible, que el ser humano es capaz de cambiar, de crear un mundo más igualitario, más amable, más noble, en suma, más humano. Ahí radica lo trágico de esta vida, pelear y luchar por algo que sabemos que no cambiará, cual Edipo, cual Antígona, con inconsecuencias, con errores y aciertos, pero con sólo algo claro… al final del día, ¡nada cambiará!
Aunque quien sabe si con esfuerzo y motivación…

Deudas

Soy un montón de cuentas que
en vida no puedo pagar.
Soy un montón de deudas que jamás podre saldar.

Todo lo que junté hasta hoy
mañana no me servirá.
Las cosas que me harán mejor no las puedo comprar.

Me he cansado de tanto andar por la calle sin pensar...
He dejado mis pies atrás sin saber, sin saber a donde van...

Yo siempre me negué a creer
en una vieja religión.
Tal vez me equivoque, debí escojer el mal menor.

Mire a mi alrededor
buscando algúna Luz,
pero no habia nada excepto tú, excepto tú.

Me he cansado de tanto andar por la calle sin pensar...
he dejado mis pies atrás sin saber, sin saber a donde van...

Me he cansado de tanto andar por la calle sin pensar...
he dejado mis pies atrás sin saber, sin saber a donde van...

(Los Búnkers-Barrio Estación, 2008)