El café está algo frío, pero casi no lo nota. Desde la ventana del local de siempre la ve venir. Está igual, o casi, a como él la recuerda. Con veinte años más, obviamente, pero aún conservando ese garbo al caminar y esa mirada triste. Ella cruza el dintel del café y él hace un gesto para ser reconocido. Ella sonríe y se le acerca. Le saluda con un beso amable en la mejilla y se sienta frente a él. Él pide otro expreso mientras ella se inclina por un jugo natural.
Desde el 2006 que no se ven, hace veinte años, sin embargo el encuentro denota un ambiente sin excesos, mas bien contenido. De apoco comienzan a salir las palabras. Ella le cuenta que vino sólo por unas semanas, a arreglar algunos papeles y tramites que quedaron pendientes con la muerte de su madre. Ella sigue viviendo en París, en un departamento bastante amplio en el centro de la capital de Francia. Departamento que le dejó su ex. Él ya lo sabía, pero pone cara de sorpresa. Ella le comenta que esta vez vino sola, que su hija adolescente se quedó en Francia. Que no le gusta Chile, y la única vez que vino fue para el funeral de la abuela que no conoció, hace unos años. Él recuerda a la señora. Él si la conoció. Recuerda que él nunca le cayó en gracia. Ella nunca aprobó su relación con su hija, decía que él era un don nadie, y al parecer, tenía razón.
La conversación se hace larga. Salen del café, a media cuadra del remozado y ahora respetado y valorado Museo de Bellas Artes, y se dirigen hacia el Parque forestal, o lo que queda de él, como hace 20 años cuando se juraban amor eterno. Cuando creían ser eternos e invencibles. De acero y miel. Caminan por los que alguna vez fueron "sus" barrios. Él le habla sobre algunas cosas que han pasado en este país en eternas vías de desarrollo. Él vive a pocas cuadras de ahí, pero no se lo comenta. Tampoco le dice que vive solo en un departamento que acaba de terminar de pagar. No le comenta que ese departamento nunca tuvo dueña de casa. Que ella nunca estuvo allí para serlo. Ella prefirió escapar. Irse, dejarlo, viajar, casarse, tener una hija francesa, separarse. Olvidar lo que alguna vez fue, lo que alguna vez hubo entre ellos para irse y "ser feliz". Me pregunto si es feliz ahora, piensa él mientras la escucha. No, no lo es. Por el tono de su voz, por esa resignación con la que habla sobre su vida en Francia, los problemas con su ex marido (que ahora anda con una rubia parisina de tiernos 20 años, según me comenta), por la vida con su hija de 15 años que ya se ha ido de casa 3 veces. ‘De tal palo...’ piensa él, pero no se atreve a decirlo. Ya no se atreve a nada. Después de ella, nunca más se atrevió a nada. Nunca nada más valió la pena. Ni siquiera quitarse la vida valía la pena, sin ella, no. Caminan por el Barrio Lastarria, otrora bohemio barrio del centro de Santiago, cuando ella lo dice: ‘Te extrañé. Te echaba de menos, ¿Qué ha sido de tu vida?
Él le cuenta cosas generales. No le cuenta las noches que lloró. No piensa decirle que siempre esperó su vuelta. No le menciona todas las canciones que por ella escribió, y que en secreto le dedicó. Si le cuenta que tuvo un grupo musical, de nulo éxito comercial. Que ahora hace clases en una universidad privada, que vive solo, que nunca viajó a Europa, que está escribiendo un libro que nadie leerá. Ríen. Como hace 20 años. Como no lo hacían hace 20 largos años. Se miran, se observan, se descubren, se desean. Se besan mientras esperan la luz verde del semáforo y de repente son 20 años más jóvenes. En Lastarria con Alameda, donde tantas veces esperaron la luz verde con cálidos besos. No cruzan. Caminan abrazados hacia el cerro Santa Lucia, inconscientemente él la lleva en dirección a su departamento. Se desean como hace 20 años, o más. Con una pasión contenida por todo ese largo tiempo. Ya en el departamento, y al calor de una copa de vino, se desnudan y hacen el amor como él lo recordaba, como lo había soñado tantas veces. Y por fin y al fin vuelven a ser ellos mismos. Esos dos jóvenes que tras 20 años son nuevamente completos y eternos.
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