Estaba nublado ese día. Pero hacía calor. Yo era chico. Era mi primera ida al estadio, o al menos, la primera que recordaba. Mi papi me había dicho que me había llevado al Nacional una vez, pero yo era guagua, no recuerdo. Y esta vez era especial. Iba a ver al equipo de mis amores.
Recuerdo que me junté con mi Tata Hugo para ir al estadio. Yo iba feliz, vistiendo la camiseta blanca, con el LanChile en la guata, y en el corazón el escudo con el aguerrido araucano, símbolo de garra y empuje que el equipo siempre ha tenido, dentro y fuera de la cancha. Y ahora íbamos a “nuestra” cancha. Por primera vez se abrirían las puertas del Monumental para el pueblo Colocolino. Y yo iba feliz. En Mapocho, nos encontramos con el Hugo, un cabro un par de años mayor que yo y que es el otro nieto de mi Tata (aunque no era primo mío, pero eso es parte de otra historia). El no le decía Tata, le decía Abuelo Benito…
Era Septiembre 30 y las banderas flameaban a la entrada del recinto. El viaje me pareció eterno, era muy lejos llegar hasta allá. Recuerdo que tomamos colectivo y una micro, de esas de colores, antes de las micros amarillas de números grandes y mucho antes del Transantiago.
Al llegar recuerdo una aglomeración nunca antes vista por mis ojos. Ahí estaba el “pueblo Colocolino”, los cabros de pelo chuzo, las señoras gordas que acarreaban a 4 cabros chicos, los papás comprando las entradas en las boleterías llenas de gente. Luego vino el colapso. El primer control… ya estábamos dentro del recinto, a metros de las galerías… luego el segundo control y el Hugo que se perdió entre el mar de gente que me aplastaba. Alguien gritó cuidado con los niños, pero nadie tuvo mucho cuidado. En fin, yo estaba medio aplastado entre la reja y un tipo de chaqueta que cortaba los boletos…logré entrar. Mi tata estaba desesperado. Me encuentró y vuelvió al gentío a buscar al Hugo. Al rato llego a mi lado, con el Hugo todo chascón de entre la multitud. Bueno, en realidad seguíamos entre la multitud. Y eso que era el acceso sur, contrario al lugar de la Garra Blanca. Por fin llegamos a las galerías, que están a nivel del suelo, o sea, la cancha está en un hoyo.
Adentro todo era una fiesta. Con el Hugo nos hicimos amigos del cabro que estaba sentado al lado nuestro mientras esperábamos que empezara el partido. Salió Pachuco y la Cubanacán, parece. Luego bajó un helicóptero con Cecilia Bolocco, quien dió el puntapié inicial. Eso dijeron, nosotros sólo vimos a un puñado de fotógrafos y periodistas al centro de la cancha. Bajaron paracaidistas, el estadio estaba repleto, lleno de banderas blancas, lleno de ilusiones y alegría. El futbol alegra el alma. Hasta que se desplegaron unas mangas a los costados del arco norte y luego de una pausa sale Colo-Colo a la cancha. Yo no podía más de felicidad.
No recuerdo mucho el partido. Salvo que era Colo-Colo vs Peñarol de Uruguay. Me acuerdo que tenía que empinarme parado sobre la banca de pizarreño para poder ver las jugadas cerca de las áreas, y recuerdo el gol de Barticciotto. Que emoción gritar un gol y escuchar como una voz a miles de voces que celebran y saltan de alegría. Esa sensación de alegría colectiva es impactante, es impresionante, es muy linda.
Luego nos fuimos felices de vuelta a casa, supongo. En verdad, no tengo recuerdos de cómo salimos del estadio. Probablemente no me quería ir.
Ahora que se cumplen 19 años de ese día vienen a mi memoria momentos vividos en la ruca de Pedreros. Momentos alegres y tristes. Recuerdo haber visto al Colo salir campeón varias veces allí. Recuerdo partidos de copa Libertadores. De esos partidos en los que había que ir a hacer tremendas filas a la sede de Cienfuegos, carnet en mano, para pagar como socio. Recuerdo derrotas dolorosas como alguna goleada propinada por Cruzeiro, en fin, tantos recuerdos. Gracias Colo-Colo por todo, y gracias Estadio Monumental por haber sido el escenario perfecto para tanta fiesta.
Hace tiempo que no voy… pero volveré, uno de estos días volveré.
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