Al lado de la ventana, que da justo al frente de decenas de oficinas, viendo la lluvia caer sobre el techo del estacionamiento, me detengo a pensar en este último tiempo. En esta nueva vida, en este departamento que siempre está con gente, con tantas visitas, con tanto cariño. Mi mujer en la pieza, viendo tele. Yo, en el living, frente al laptop pienso sobre lo bueno, lo humano y lo divino. Qué raro es estar así, tranquilo, una noche de viernes. Y es que formar una vida en familia es otra cosa, es preferir tu casa antes que un pub. Es terminar tu pega rápido porque lo único que quieres es volver a tu hogar, es sentir que te reciben con todo el cariño que te pueden dar, con un beso rico, con un calor que se siente hasta en los más fríos días de invierno.
Así me siento yo. Ese soy yo en este momento. Raro, pero lo disfruto. Y mucho. Y me gusta. Me gusta mi departamento y la mujer que amo. Me gusta sentir que estamos formando algo grande, algo indestructible, algo también misterioso, algo incierto y, probablemente por lo mismo, excitante y atractivo.
Miro a mi alrededor y me encuentro con cosas que muchas personas nos han entregado como señal de afecto y apoyo. Nos faltan tantas cosas, sin embargo sentimos que lo tenemos todo. Y es así, todo lo tenemos, porque nos tenemos el uno al otro. Y eso es todo. Todo.
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