"Es todo lo que no tengo", pensaba, sentado en el pasto del Parque Forestal, fumando la cola que le quedó de la noche anterior. El día está un tanto frío, aunque el invernal sol del mediodía le da en su pelo y en la cara, entibiando su moreno rostro. Mira los autos pasar con apuro por Av. Andrés Bello. Casi al mismo tiempo divisa la figura delgada y esmirriada de ese animador de la tele, que ahora es rockero, caminando por el parque, dando largos trancos, seguro de lo que es, seguro de la vida, de lo que tiene y del futuro.
Se quema los dedos y los labios con la piteada final. Sabe que debe volver a su pega. A su oficina llena de ternos grises, de vidas grises y sueños rotos. Se le acabó el recreo, se terminaron los doce juegos, que él, como muchos otros, jugaron esperanzados en ganar.
Ahora, con más canas y menos futuro, analiza su vida. Su ex polola-pareja-esposa, su Seba, que ya tiene un año seis meses, su sueño de la casa propia hecho trizas, sus dudas (que cada vez son mayores) y sus certezas (que cada vez son menos), sus deudas, la luz, el agua, la renta del departamento, la ropa pa’l Seba que crece y crece cada día más.
Y piensa en lo que tiene, y en lo que no. Y por fin descubre su razón de vivir. Se da cuenta que vive por lo que no tiene. Para poseer aquello que no posee. Vive para alcanzar lo no alcanzable. Para ser lo que no es. Y usa ese terno gris por lo que no es, por lo que no tiene. Y trabaja de 8 a 6 y media, de Lunes a Viernes, y va a ver al Seba los sábados, y almuerza solo los domingos en el departamento que arrienda en el centro, todo por lo mismo. Por lo ausente, lo que no está, lo que conforma ese vacío. Ese vacío en su living, en su pieza, en su cama, en su vida.
"Y eso es, a fin de cuentas, mi vida," piensa. "Todo lo que no tengo".
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