Aquí voy. Estoy nervioso, aunque creo verme controlado y calmo. Cuanto había esperado por este momento. Cruzo una calle, creo estar a dos cuadras del lugar pactado para este (re)encuentro. Es curioso, pero elegimos un lugar que hasta ahora no significaba nada, al menos para mí. Una plaza común y corriente, típica del centro clásico de Santiago. Sin embargo ahora, su pileta, sus faroles y bancas cobran un nuevo significado. El imponente frontis de la iglesia también. Camino rápido. No sé precisar si es porque esta noche de Febrero está algo fría o porque estoy ansioso de volver a verla. Siempre el último encuentro es como el primero. Me siento igual de nervioso que aquella primera "cita", aquél almuerzo a escondidas que tuvimos un día de invierno. Tuvo que llegar el siguiente invierno para que las salidas se convirtieran en la relación que se derrumbó tan estrepitosamente como comenzó. Bueno, este encuentro es "a escondidas" nuevamente. Por eso la elección del lugar.
Me aproximo a la plaza y ahí está, a un costado de la pileta, de espaldas a mí. La luz del farol a contraluz hace relucir su silueta. Está igual. Su largo pelo color miel reluce bajo la luz de ese farol que ya quedó en mi retina para siempre. Su poodle me sorprende y me ladra. Ella voltea y veo su rostro. Sus ojos siempre tristes me regalan su mirada. Su pequeña boca se abre para darle paso a su suave voz que pronuncia mi nombre. Yo había soñado tantas noches con este encuentro. Sabía casi de memoria como actuar y qué decir. Tener la palabra precisa y la sonrisa perfecta, los gestos apropiados y la postura justa. Pero ante esos ojos todo lo estudiado se borró de mi mente. Así como se me borraron de golpe todas esas noches de insomnio, de espera, de nostalgia.
La conversación se hace relajada. Los primeros minutos fueron un tanto tensos, pero luego de un par de bromas y típicos comentarios el ambiente se relaja. El ruido del agua cayendo en la pileta influye, por cierto. Hasta su mascota, qué en algún momento fue también mi mascota, me reconoce y se deja acariciar por mi aún temblorosa mano.
Ya sentados, mi otra mano recorre lentamente sus cabellos brillantes mientras la poodle nos deja a solas por un momento. Se va, juega, se ve feliz, como siempre, como antes.
Conversamos largo rato, mientras la perrita juega, y cuando menos lo espero sale de mi boca todo lo que aún siento por ella. Es como que no controlo mi cuerpo. Mis ganas se apoderan de mí. Mis ansias se apoderan de mis brazos, que la abrazan fuerte contra mi pecho y mi deseo se hace de mis labios y la beso, la beso como había querido besarla hace tanto tiempo. Como me hubiera gustado haberla besado siempre.
-Qué te pasa- Oigo. Salgo de mi ensueño. Estoy en la pega, otra vez confundiendo realidad y ficción, lo real y lo ilusorio, lo que es y lo que me gustaría que fuera. No pasó nada, nunca pasa nada. Pero esperé y todavía espero que ese sueño, esa ilusión se haga realidad.
-Hola, ¿Estás ahí?- leo en el Chat. Es ella. Le contesto. Me invita a salir este viernes. Ahora si, seguro que ahora si. Si no, seguiré tratando. Tengo tiempo, todo el tiempo…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario